A Albert Einstein se le atribuye haber
dicho, entre tantas otras citas que circulan en presentaciones de Power
Point, que la especie humana no duraría más de cuatro años si
desaparecieran las abejas. David Hackenberg, estadounidense que se
dedica al cuidado y cultivo de abejas, sostiene que su polinización
responde como mínimo al 30% de la cosecha mundial y al 90% de las flores
silvestres que pueblan el planeta.
Esto ratifica la voz de alarma mundial que denuncia un acelerado
exterminio de las abejas por el uso de pesticidas. Se calcula que su
población disminuye a un ritmo de entre hasta el 40% anual en algunos
lugares.
Los científicos han abierto diversas líneas de investigación al
encontrar que hay muchos otros factores que influyen en este “colapso”.
Señalan la aparición de hongos, virus, agotamiento del sustento de las
abejas por sobrepoblación y por nuevos patrones migratorios y
contaminación del agua que puede reducir la cantidad de néctar en las
flores. El calentamiento global provoca que muchas plantas florezcan
antes de lo previsto. Después de invernar, las abejas y otros insectos
que dependen de estas flores se encuentran con plantas que florecieron
hace tiempo y que pueden marchitarse antes.
El planeta no puede esperar, pues gracias al cambio climático
las consecuencias de la desaparición de millones de abejas en el mundo
llegan a la raíz de la cadena alimenticia. Desaparecen frutos y
vegetales que alimentan a insectos y a pequeños animales herbívoros que
dan de comer a pequeños carnívoros que sostienen las poblaciones de
grandes depredadores, entre ellos los seres humanos. Se resiente el
abastecimiento en un planeta con 7.300 millones de personas, de las
cuales pasan hambre casi la mitad.
La actividad del hombre influye en la escasez y la contaminación
del agua, el cambio climatico, las alteraciones en los niveles de polen y
de néctar por cambios en el clima y por factores medioambientales y el
abuso de pesticidas. Mientras se desarrollan distintas líneas de
investigación para conocer a fondo las causas se pueden poner en marcha
políticas para limitar el uso de químicos en la agricultura, como han
hecho Alemania y otros países de la Unión Europea. Por otro lado, la
reducción de la contaminación del agua y del aire pasa por medidas
legales y por iniciativas educativas que contemplen el medioambiente
como un patrimonio de toda la naturaleza, incluida la humanidad que
forma parte de ella.
Algunos políticos, muchos de ellos vinculados con el lobby de las
energías contaminantes, niegan el vínculo de la actividad del hombre
con los cambios en el clima y el calentamiento global. Estas teorías
negacionistas echan por tierra importantes esfuerzos educativos y de
concienciación. Esto alimenta cierta dejadez ciudadana en el cuidado del
planeta, el único hogar que tenemos hasta que se cumplan los deseos que
tienen prominentes científicos de poblar la luna y otros planetas.
Aquí y ahora, una ciudadanía comprometida puede participar para
la puesta en marcha de soluciones a largo plazo. El cambio hacia modelos
urbanísticos más sostenibles comienza por uno mismo con la limitación
en el uso del coche para cuando sea imprescindible, el uso de
transportes públicos que son más eficientes desde el punto de vista de
consumo. No basta con decir que “las fábricas de coches” dan de comer a
muchas familias cuando también apicultores y agricultores se arruinan
por la disminución en la población de abejas. Se trata de exigir medidas
políticas para la reconversión de industrias tan determinantes en la
economía. Además de fabricar coches híbridos y de hidrógeno que
contaminen menos, se trata de fomentar alternativas de transporte.
Mucha gente considera “extravagantes” y cosa de “hippies” estos
debates medioambientales, que incorporan el peligro que corren las
abejas. Pero puede que nos juguemos, más allá de salvar a unos insectos
que producen miel, nuestra supervivencia como especie.
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